NO NAME 3 - BORRADORES JABB

Los naipes, las canicas, incluso el sueño son mejores que las clases de aquel profesor. Su método no es malo sino que su horrible voz y la estolidez presente en cada una de sus palabras me mueven como a ti a ser la persona más indecente, ruda y como él, la más estulta que aparentemente puedo ser cuando estoy sentado en tal o cual carpeta, pues depende del asentamiento de la hermandad grosera,  aplicando el peso de los murmullos balísticos  y repentinos contra el kevlar de su cabeza, demasiado seca,  no se si para entenderlos o para reírse. No son balas normales, claro, pues las balas normales simplemente golpean de lleno y no dejan más rastro que sangre  y quizá, dependiendo de la sensibilidad y el umbral de dolor de la víctima un gemido potente o sutil, una especie de reclamo sentimental y moribundo al perpetrador que muchas veces se disfraza de mí en mis pensamientos vagos, aburridos y gastados de soportarlo. Estos proyectiles, porque incluso tal vez no pueden ser llamados balas, explotan en simples carcajadas que desgraciadamente no son capaces ni de matar una mosca. ¡Rayos!

 

El otro día, me refiero al día porque no hay diferencia alguna entre uno y otro,  en la clase, porque nuestra solo hay una, los proyectiles de rutina dejaron la base un tanto improvisada, y Osceola, molesto, estúpido como de costumbre y algo más irritable de lo normal pego el grito a las tropas, tomo registro y las mando casi a punta pies  hasta la oficina de Velarde, que era para nosotros: "El Mayor".

 

Después de la paliza firmada de Osceola, dolidos, todos miraban al Mayor aterrorizados. Era la primera vez que yo estaba en tan horrible lugar ya que mis fechorías habían sido descubiertas tantas veces como realizadas fueron mis visitas y la cara de Velarde no se me hacía familiar. Ojos oscuros que no se hubiesen podido diferenciar como cafés de no haber sido por la luz, mejillas cóncavas y  esa debilidad orgullosa  delatada por sus  huesos bañados por una capa delgadísima carente de composición definida que alguna vez fue llamada piel durante sus años de juventud. 

Su apodo era el más famoso de la Unidad Escolar, pero el origen de tan  a pelo nombramiento era desconocido sino por todos, por muchos. Quizá fuere el nombre por su condición de anciano que era mucho más que evidente , o tal vez se debía a algún cargo militar de años, sabe Dios. Qué cosas locas.  

 

Mientras mi mente iba por entre las marcas de guerra que terminaban siendo catalogadas como arrugas, la tinta que en un principio estaba seca ya corría directo en el papel amarillo que sería traducido en correazos y sangre al llegar a casa. Temblando, me di cuenta de que las notas de repente eran tan poco elocuentes y burdas  como su promotor y de que contenían más errores ortográficos que la cuenta millonaria del kiosco. Eso debería ser penado.

 

Duarte, como yo, con la papeleta en mano me explicó que le decíamos mayor porque había participado en una de las tantas diminutas guerras del país, no me dijo cual porque el tampoco recordaba pero de seguro había sido hace mucho. Lo de mayor tal vez salió por un simple debate entre amigos en el que triunfó el nombre sobre comandantes y cabos, por su peso y el doble sentido que cada día era más acertado. Durante mi época de escolar nunca me tragué lo de la faceta heroica del vejete, sin embargo años después de mi egreso una cadena de acontecimientos que no viene al caso explicar me hizo pensar en ella como verdadera o al menos posible.

 

Llegue a casa y tras la tunda, los gritos  y la decisión de que mamá asistiría sola a la citación expresada en el manuscrito,  adolorido pensé en lo que había sucedido. Un par de comentarios hilarantes y risillas, el reglazo y el grito verde con pedazos de manzana y el acento particular del profesor, de pronto la sala el correazo, lo oscuro y el sueño.

 

JOAQUÍN ALONZO BUTRÓN BEGAZO

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