JEFRÊ-BORRADORES JABB

El concepto de vida es ambiguo piensa el enamorado en el puente, mientras mira el cauce del río. Es finito, tiene proporciones definidas entre el alumbramiento y el deceso, con sufrimiento y risas en el medio y su  sonrisa es la única de la noche, no la del soñoliento pensador de puente, sino la de la musa que embriaga su mente de colores, de sabores, de sentidos. La farola es tenue y termina donde terminan sus dimensiones o donde terminan los rayos que emanan. Y qué es un faro inservible en medio de la calle, que sencillamente opaca con la sombra que proyecta la acción de sus iguales ubicados a sus lados. 

 

El fin llegaría de repente en esa roca húmeda y su sangre contaminaría las aguas cristalinas. O tal vez habiendo vivido el doble; pero como el agua, que corre incesante, llegaría inevitablemente. Y qué existe entonces más que el puente, la farola averiada, el agua y la roca húmeda. El mundo termina donde termina el pobre alcance de su vista y a esas horas, en la oscuridad se reduce, se hace pequeñísimo y reencuentra sus anchas con su recuerdo, al cerrar los ojos junto a su almohada, en sus ojos. 

 

Y no sabe explicar sus días y sus noches, porque no existe pasado, ni futuro, solo su recuerdo, y los actos ya automáticos de su vida pasajera, momentánea y estática, que se desvanece con el viento mas fino, con el movimiento más suave. Lleva meses viviendo en un mundo inexistente, irreal pero a la vez hiperreal, de una concepción consciente y sincera.

 

El reloj del edificio mide segundos que no existen y un ayudante abre la puerta del coche, admirador, ídolo. Tal vez solo transpire admiración inútil. Tal vez un bus lo arrollaría saliendo del trabajo, tal vez su aspiración muera con él, las circunstancias determinan el cuándo, el si después o antes, el lugar y también suertes de ambiente e iluminación. Baja del transporte y simplemente espera un rayo, estar de salida, correr libre de la jaula horrenda, de la oficina. 

 

De vuelta, camina para relajarse, disfruta la lluvia, disfruta sus besos, sus abrazos, sus caricias; y el aroma del color de sus labios bajo el paraguas que se funden con el olor a húmedo del asfalto de Abbey Road y recuerda las tumbas de los cuatro y sus canciones que suenan en una heladería a media cuadra. 

 

She loves you yeah, yeah, yeah

 

Suena en sus memorias, en sus voces, en su calle. Y él no presta atención mientras ella le cuenta sus problemas y entiende algo de la universidad, una amiga, un profesor. Se queda con sus ojos, mas no con las historias, y se pierde en ellos y la música. La canción termina, un helado con grageas de colores, vistos se despiden cada uno a su camino, se verán de nuevo en unos días. 

 

Un amigo al teléfono, recordar los viejos tiempos en fotos, en anécdotas, en un balcón, en un café. Taxi, dos bloques a pie, timbre.

 

Los tiempos tan viejos no eran, a Jefrê lo había visto todos los días en la Universidad hasta hace dos años, era más que todo una excusa para no beber solos. El anfitrión sacó un par de Heinekeins de la nevera. Había roto con su esposa hace unas semanas y la novedad era su separación. Las cajas yacían sobre los cojines del sofá amontonadas en desorden y repletas de libros entre los que podía distinguir nombres de autores como Roth y McCarthy. Eran los libros de mi amigo, su esposa simplemente le dijo que se fuera por un “malentendido”. Jefrê había estado con un par de jóvenes sabe dios de que calaña. No me sorprendió su actuar pero me sorprendió que lo hubieran atrapado. En la universidad tuvo de víctimas a casi un cuarto de nuestra promoción y su reputación de “fiel” nunca se vio manchada. 

 

Regresando a mi apartamento recibí otra llamada, era Nicole. Me recordó que me quería y yo un tanto ebrio le devolví a medias el cariñoso y sentido mensaje. Colgué. Entré en el edificio y luego en el apartamento, me tendí en la cama y dormí de largo hasta la mañana siguiente. Soñé con algo pero no lo recordé al despertar.

 

Salió del 502, bajó las escaleras mirando vagamente a la avenida, fijándose más en sus pasos acercándose ya a la puerta de la construcción. Él iba de terno y zapatos negros recién lustrados, brillantes. El mismo coche lo recogió pronto, sin demora. Ella esperaba dentro, sorpresiva presencia. Es que las cosas cambian pero no nos damos cuenta de que lo hacen, había estado trabajando en Sainsbury’s  desde hacia varios días por las mañanas y asistiendo por las tardes a la universidad y el coche llevaba ya casi una semana ofreciendo su servicio no solo al patrón sino que a la par a su novia. Aún no me acostumbraba a su presencia, más que todo porque estaba  más preocupado en los informes que debía presentar. Hasta entonces el tiempo que compartía con Nicole  era únicamente el que le sobraba una que otra tarde tras sus clases, o el espacio que le dejaba una clase suspendida.

 

Las ruedas de los coches que iban en contrasentido giraban  con rapidez, tanta que parecían flotar sobre el asfalto, húmedo aún debido a la torrencial lluvia nocturna. Y a cada cuadro cambian, no son las mismas, se desplazan, se gastan, se queman, se borran. Dejamos a Nicole en el Sainsbury’s que está en frente del estudio y el conductor adelanto unos metros hasta el estacionamiento para permitirme bajar.

 

El día terminó pronto. El gerente enfermó, por lo que tuvimos que postergar todas las decisiones a tomar y gracias a lo cual estuve de vuelta en mi apartamento a la una de la tarde. Tocaron el timbre, era Jefrê. Abrí la puerta y retomamos la conversación sobria que habíamos comenzado el día anterior. Fui por un par de cervezas para devolver la cortesía de la tarde en casa de mi amigo y cuando volví encontré las cajas que había visto en su apartamento, pero en el mío. Se mudaba, sin aviso, o condición. Durmió en el sofá un par de días y luego simplemente no lo volví a ver, su celular lo había dejado en lo que ahora era casa de su ex-mujer  y no tenía forma de contactarlo, solo me quedaba esperar encontrármelo algún día sabe dios en mi piso o quizá en el trabajo.

 

Nicole había dejado un mensaje de voz en la contestadora citándome al día siguiente en el Battersea Bridge. Llevé un ramo de flores que compré en un puesto cerca de West Bridge Road y estuve cinco minutos antes de la hora de cita esperándola, finalmente llegó en un vestido rojo agitada, algo alborotada. Nos besamos fugazmente y me dijo que debía irse de inmediato a una presentación en la universidad. Eran entonces las seis y media y las luces de las farolas empezaban a encenderse primero la mitad que da a Chelsea y luego la otra mitad, del lado de Battersea.

 

Estaba parado justo en medio del puente viendo pasar la elegía del Támesis junto a a la farola averiada, que esa noche hacía sus últimos intentos de volver a funcionar como los primeros. Miro al agua y pienso en su concepto de fluidez, de continuidad, de vida pero a su vez de fin, de sufrimiento. Y es que cuántos significados pueden tener las cosas, las miradas, las compañías, los actuares. Su mirada era infinita, lo sabía, y mientras pienso en eso un cadáver desliza sus carnes por la roca húmeda, un disparo de venganza. Por detrás, una pareja de universitarios. La chica vestía un vestido rojo y se besaban mientras caminaban a penas, de la mano. Un cortejo fúnebre que acompañaba a una carroza, supongo que se trataba de un accidente, en el que algo tenía que ver un bus mientras salía del trabajo. Era tan joven. Cuando me encontré finalmente solo en el puente se escuchaba la noche y todo lo que podía ver era el puente, la farola, el agua y la roca.  A lo lejos, del lado de Chelsea un Aston Martin se había quedado parado a un lado en la autopista, sin chofer, mientras en la radio sonaba Blackbird. 

 

Blackbird singing in the dead of night

Take these broken wings and learn to fly

All your life

You were only waiting for this moment to arise

Blackbird singing in the dead of night

Take these sunken eyes and learn to see

All your life

You were only waiting for this moment to be free

Blackbird fly

Blackbird fly

Into the light of the dark black night

 

Esa noche, había sido asesinado a las seis en el Wandsworth Bridge. Un robo armado que salió mal, y mi cadáver fue arrojado al río sin más como si mi vida no hubiera importado nada nunca, que terminó de pronto, de improviso, en medio de lo cotidiano lo más extraño, lo más inesperado. Un día igual, que comenzó igual pero que terminó con el verdadero final. Y lo único que podía ver era el puente y la farola apagada, el hombre parado en medio de la estructura, y vagamente oír una canción de los Beatles, junto al golpear del agua contra mis oídos, el de mi cabeza contra la roca húmeda, filosa, cortante, penetrante mas sin dolor alguno, sin sentimiento. Inerte.

 

Blackbird singing in the dead of night

Take these broken wings and learn to fly

All your life

 

 

JABB 

 

 

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